La actriz Ramona Roque con su títere mágico.
La Sala Teatro del Guiñol Nacional (calle M, entre 17 y 19, en el Vedado capitalino) presenta en el mes de febrero «Chari en el balcón», obra de Graciela Peña Casadeval, los sábados y domingos a las 11:00 AM y a las 5:00 PM, en doble tanda. También los jueves 15 y 22, en coordinación con las escuelas de la comunidad, se ofrecerán funciones adicionales a las 3:00 PM, especialmente dirigidas a los estudiantes destacados.
La puesta en escena es de Marta Díaz Farré para el Teatro de Muñecos Okantomí, que dirige Pedro Valdés Piña. Ahora los muñecos son perros y gatos personificados gracias a la manipulación y dúctiles voces de Frank Andrés Mora, Michelle Calero con Giselle Lominchar, Carlos Ernesto, Marybel García. Fueron diseñados y realizados por la propia directora y la actriz Ramona Roque, quien conduce el eje argumental con Sarita Miyares y Gladis Casanova, co-protagónicas fundamentales.
El argumento presenta a la sobreprotegida perrita Chari y sus pretendientes, en un contacto con la inmortal Romeo y Julieta de Shakespeare como respetuosa parodia. Disfrutaremos la versión al tema musical de Nino Rota, además de los temas originales de la propia Díaz Farré y del teatrovero Augusto Blanca, fusión de teatrista y trovador, responsable también de los teclados y la guitarra, grabados en su Estudio Isabella con apoyo de José Mauricio Bez.
La funcional escenografía es de Tomás Galo Hernández, apoyada y apoyando la imaginación creativa de Marta Díaz Farré. Y se vuelve un elemento casi protagónico por las tantas entradas y salidas, cambios de locación y situaciones, amén de su sorprendente pincelada ilusionista cuando la perrita Chari pasa de ser manipulada por Ramona Roque, queda aparentemente sola sobre un banco… y, sin embargo, se mueve.
«Chari en el balcón» es una obra paradigmática para estos tiempos en que se reafirma cada vez más la unidad de todo lo que existe, cualquiera que sea su dimensión. El núcleo central gira en torno a un valor tan universal y entrañable como es la libertad, que hace brotar en nosotros lo mejor que podamos brindar, sin amarras de ningún tipo.
El momento más elocuente, entre las peripecias habituales de vecinos y su reflejo en la relación de perros y gatos, aparece en un aparte que se toman para sus chispeantes diálogos los perrunos pretendientes de Chari, la perrita de su casa, como ella misma se acomoda a la imagen que proclama la dueña. Y asume la forma de concurso de habilidades musicales donde hacen gala de su virtuosismo, y vale el tanto para Frank Andrés Mora, paseándose entre el rock y un reguetón graciosos y verdaderamente sugerentes en su tono perrero.
¿El ganador? Más allá del que se lleva la perrita al agua, como verán quienes asistan al Guiñol, somos todos los que nos llevamos esta delicada y profunda alegoría al alma.
Nota: El autor de este artículo es el amigo Jorge Fiallo, musicólogo y crítico, a quien le agradezco sobre todo ser el padre de mi amiga Indira, cuya madre a su vez no es otra que la genial titiritera Ramona Roque, quien manipula a la famosa Chari. Están invitados. Alina.