La educación…. ¿formal?

La gentileza nunca pasa de moda.

La gentileza nunca pasa de moda.

Varios padres y varias madres hablábamos en la escuela, hace unos días, acerca de ciertos problemas que existen en la adolescencia y la juventud cubana –y mundial- actual, desde la droga, la prostitución y el alcoholismo hasta la congregación en cultos satánicos y la invención de nuevos y macabros ritos, extraídos muchas veces de la navegación irresponsable en Internet y con base en esta Nueva Era neomedievalista en que vivimos. Todos los progenitores coincidíamos en algo: la simple instrucción no basta: sin educación, sin respeto, sin consideración, la humanidad estará condenada nuevamente a la barbarie. Conversábamos acerca de algunas costumbres y hábitos de cortesía y educación que deberíamos enseñarles a nuestros hijos, con vistas a un futuro que todos imaginamos peor, ante la indiferencia de muchos que no son padres o que no les interesa simplemente, porque “educan” a sus hijos en la ley de la selva, de la fuerza y del poder. Pues, pensamos que, pese a todo, alguien debía ir sembrando esa amabilidad que tanta falta hace para la convivencia, y sobre todo para tener el respeto de los demás al saber decir NO ante ciertas conductas y comportamientos, lo que definen los sicólogos y siquiatras como “asertividad” o capacidad de ser asertivo, de tomar el rumbo propio lejos de las influencias externas ajenas a la propia persona. Con otras palabras: es saber zafarse a tiempo de un grupo pernicioso, con toda la amabilidad del mundo. Es poder decir: “Gracias, pero no.” Primeramente acordamos que hay que hacer entender a los hijos el hecho de que el respeto a sí mismo comienza por el respeto hacia los demás, y no al revés, como rezan muchos libros “modernos” de autoayuda, que tratan a los lectores como seres con complejos constantes de inferioridad, cuando lo que más hace falta es volver a ser generoso, solidario, “ayudón”, como diría mi hijo de tres años.

Pululan en la actualidad numerosos jóvenes que ostentan incluso grados científicos, y respaldados en su, aparente, enorme instrucción y cultura, avasallan a quienes, con más edad, portan igual o mayor conocimiento sin aval académico preciso, debido a condiciones diferentes que existían en el momento en que estudiaron o aprendieron sus experiencias. En estos casos, quienes “quedan mal” no son los supuestos ridiculizados “viejos”, sino el jovenzuelo de marras, quien hace gala de su pésima educación y su falta enorme de tacto y de respeto. Además, esta actitud constituye un verdadero freno para sí mismo, pues no ofrece la amplitud de mente, la capacidad de callar por modestia y aprender aquel detalle que le falta por su – valga la redundancia- falta de experiencia vital. Preparando a nuestros hijos en una correcta educación, los preparamos para ese futuro incierto que puede dibujarse mejor, siempre que las personas tengan cerca una mano de la cual asirse en los malos momentos, porque, parafraseando a Franz Kafka, «los seres humanos somos como marionetas atadas unas a otras: si cae uno, caeremos todos».

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